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"El buit, ciència i metàfora" 
A. Ribas; D. Jou; J. Corredor-Matheos. El buit, ciència i metàfora, Generalitat de Catalunya, Departament de Cultura, s. d. (Juliol 2000). p.5-10 (traducido del original en catalán)

 
El Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya organizó un ciclo de conferencias bajo el título citado. Además de Albert Ribas, participaron David Jou, que habló de "El vacío en la física actual", y José Corredor-Matheos, que lo hizo sobre el vacío y la mística y el arte.
 

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Abstract
 

Este artículo, que es la transcripción de la conferencia dada por el autor, trata del contraste entre la dificultosa aceptación del vacío en términos de la física frente a la dificultad de aceptarlo en términos anímicos. Se repasa la posición de Descartes y Hume, entre otros, y se concluye con un diagnóstico de lo que el vacío supone en términos de la filosofía de la cultura.
 



 
 
 
El vacío, ciencia y metáfora
 

Es posible que el tema que hoy nos convoca les haya sorprendido. Hablar del vacío es ciertamente algo bastante extraño. Intentaremos no decepcionar a los que han osado venir aquí. Pues bien, ante todo quizás hará falta hacer una pequeña introducción a modo de justificación. 

Creo que una rápida percepción del mundo y de la cultura que nos rodean nos permite deducir una sensación dominante: la saturación. Saturación de la información, de acontecimientos, de propuestas culturales. Todo gira en un remolino cada vez más denso. Es cierto, sin embargo, que esta sensación de desbordamiento viene acompañada de otra: la inconsistencia, el carácter efímero de tanta información, de tantos contenidos. Pero la respuesta suele ser: más y más. Nuestro ideal es más conocimiento, más información; y en el terreno personal hablamos  quizás ahora menos  de autorealizarnos. Todo anda o hace como si anduviera hacia un cumplimiento, hacia una acumulación. Sabemos que este ideal es imposible, pero nos movemos como si fuera posible la completitud, lo acabado, lo cerrado. Vamos idealmente hacia una clausura y una acumulación. 

Podemos designar esta tendencia como paradigma de la plenitud: más y más, acumulación, saturación. Y este es un paradigma muy inscrito en nuestra tradición cultural, la tradición de Occidente. Pues bien, hoy proponemos aquí una reflexión sobre el paradigma inverso. Proponemos una mirada al concepto del vacío. Y lo haremos    espero que entre los ponentes y el público    mostrando varios aspectos de este concepto. 

Hemos subtitulado este intento de explicar o reflexionar sobre el vacío con los términos ciencia y metáfora. Ciencia, porque queremos explicar qué dice la ciencia (especialmente la física y la cosmología): ¿es el vacío un componente del universo? Y si lo es, ¿qué estatuto tiene? Metáfora, porque pienso    como decía Borges    que la historia es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas. Pues la cultura es un mundo de vasos comunicantes entre conceptos que circulan de unos ámbitos a otros: de la ciencia a la poesía, de la religión a la filosofía, o de las imágenes a los conceptos. Podemos rememorar aquellos versos de Baudelaire en su famoso poema «Correspondances» en el que dice que «la naturaleza es un templo... el hombre pasa a través de unos bosques de símbolos... como ecos que de lejos se confunden en una vasta unidad... los perfumes, los colores y los sonidos se responden». La metáfora es la expresión de estas correspondencias. En este caso, metáforas del vacío son el silencio, la desnudez, la simplicidad, la nada, el fondo de las cosas, fondo sin atributos porque contiene la potencialidad de lo que se manifiesta. 

A mí me atañe hacer una pequeña historia de este concepto, sobre todo desde el punto de vista de la ciencia y de la filosofía. Evidentemente, la primera constatación es que nos encontramos ante un concepto paradójico. El vacío es la ausencia, en cierto modo es la nada. ¿No es paradójico o incluso inútil preocuparse por lo ausente, por la negación de lo existente? Pues bien, adentrarse en esta paradoja es lo que nos pide el tema de hoy. 

Justamente, al pensamiento de Occidente le ha sido muy difícil comprender o aceptar esta paradoja. Lo más fácil y habitual ha sido negar el vacío o señalar que la naturaleza, las cosas o las ideas tienen aversión al vacío. Esta es la primera conclusión que quiero resaltar: nuestra tradición de pensamiento está marcada por la aversión al vacío, aversión que fue formulada mediante la famosa expresión del horror vacui: las cosas, la naturaleza, sienten un horror al vacío, o simplemente este horror conceptual es la expresión de una imposibilidad radical del vacío. Esta ha sido la opinión dominante en la ciencia y en la filosofía durante al menos 2.000 años. 

Para encontrar una tradición que acepte la paradoja, que crea en el vacío y lo valore, hace falta dirigir la mirada a Oriente. No es preciso hacer un análisis detallado de sus concepciones. Basta recordar aquellas palabras del Daodejing, el antiguo tratado taoísta del siglo IV aC, dónde se dice que lo que cuenta en un recipiente, en una ánfora por ejemplo, es su vacío, su potencialidad para contener. Pues el vacío es ciertamente potencialidad. El vacío es libertad, porque es aquello que todavía no está determinado; contiene la libertad y la potencialidad de sus diversas realizaciones. Nosotros, Occidente, hemos valorado el contenido del ánfora, hemos querido llenarla, la vemos realizada si está llena; Oriente ha valorado el vacío, ha visto en el vacío el fondo último o el origen común. Esto determina dos actitudes absolutamente encontradas, de consecuencias bien diversas, en ámbitos que van de la ciencia a las artes. 

Son dos actitudes que pueden expresarse por la confrontación de dos paradigmas: el paradigma de la plenitud puede venir representado por el paradigma de la dureza, de la rigidez; el paradigma del vacío viene representado por el paradigma de la sutilidad, de la blandura. Así, la tendencia occidental consiste en descubrir o establecer una estructura sólida detrás incluso de las apariencias más blandas o sutiles (como el aire). Nosotros nos regimos por los cuerpos sólidos o rígidos: es nuestro modelo de perfección. La tendencia contraria, la oriental, es buscar lo sutil tras las apariencias más rígidas, es reducir toda realidad a su constitución sutil: es el modelo de la sutilidad, del vacío. 

En la historia de la filosofía y de la ciencia de Occidente ha prevalecido, pues, el modelo de la rigidez y de la plenitud. Por ello, el principio del horror vacui estado vigente durante tantos siglos. En la Antigüedad fue Aristóteles quien sistematizó en su Física esta idea de la imposibilidad del vacío. La naturaleza no podría consentirlo y además sería un concepto inconsistente. (Y fijaos en la metáfora que contiene esta expresión: las cosas, los conceptos tienen que ser «consistentes», con peso, sin fisuras, llenos; pleno, coherente y consistente resultan ser sinónimos.) 

En las concepciones científicas y cosmológicas, desde el siglo IV aC con Aristóteles hasta el siglo XVII, ha dominado esta idea de la imposibilidad del vacío. Con la fórmula del horror vacui u otras similares ésta ha sido la opinión dominante. 

La situación cambió en el siglo XVII. Con Torricelli, Pascal, Guericke y Newton, entre otros, la ciencia aceptó finalmente el vacío. Fue el fruto de largas discusiones y de varias demostraciones experimentales. Fue un periodo apasionante por conseguir una aceptación tanto tiempo negada. Pero hace falta recordar que los principales filósofos de la época, los filósofos más influyentes de la Edad Moderna, siguieron siendo contrarios al vacío. Citemos a los más representativos: Descartes, Hobbes, Spinoza, Leibniz y luego Kant. 

En todo caso, sobre todo con Newton, el vacío se convirtió en un componente básico del universo. La imagen tan evidente de un universo constituido por unos inmensos espacios vacíos entre los cuerpos celestes, imagen hoy tan obvia, proviene de Newton. También Newton tuvo que superar importantes resistencias, pero finalmente el siglo XVIII, al reconocer la validez de la física y de la cosmología newtoniana, aceptó el vacío. El vacío dejó de ser problemático para la ciencia, cuando menos en los términos que lo había estado en el pasado. 

De como el vacío interviene en la física y la cosmología contemporáneas será tema que abordará David Jou. Pues la paradoja del vacío continúa teniendo un grande interés. 

La conclusión importante a retener es, pues, esta: en el pensamiento filosófico y científico ha dominado durante un buen puñado de siglos el principio del horror vacui, ha dominado la negación del vacío. Podríamos pensar que la revolución científica del siglo XVII arrinconó un viejo prejuicio, que el problema del vacío dejó de serlo. Desde el punto de vista de la naturaleza y de la ciencia, esto es básicamente cierto. Pero no podemos ser tan ingenuos. 

De hecho, la aceptación científica del vacío en el siglo XVII inauguró un nuevo periodo del viejo principio del horror vacui, principio que se desplaza hacia otros ámbitos. Pues a partir del XVII-XVIII se establece una nueva contradicción entre la aceptación del vacío por parte de la ciencia y la naturaleza, por un lado, y la pervivencia de la vieja aversión, es decir la pervivencia de lo puede denominarse horror metafísico al vacío, por el otro. 

Las manifestaciones de este horror metafísico son muchas y diversas. En todo caso, pueden resumirse en la connotación negativa que pervive. De todas las manifestaciones de esta connotación me interesa destacar la que hace referencia a las concepciones modernas del sujeto, o dicho de otro modo, las concepciones modernas de la psique, de la interioridad, o simplemente alma. 

Creo que hay dos casos ilustrativos. Son las concepciones de Descartes y de Hume, las dos muy influyentes en el pensamiento moderno. Descartes -a quien consideramos punto de partida de la modernidad- nos muestra el sujeto racional; Hume nos muestra el sujeto práctico. Es decir, las dos caras de la modernidad: razón y empirismo. Curiosamente    o no   , en ambos casos el vacío queda excluido. En las concepciones del sujeto de Descartes y de Hume no se tolera el vacío. El sujeto es un sujeto lleno. 

Lo es en el caso de Descartes. Su modelo consiste en una depuración de la interioridad, una depuración que busca un núcleo estable y sólido, aquel desde el que se despliega la razón, el fundamento seguro. Podemos representarnos este modelo como el proceso de talla de un diamante en bruto. Esta talla consigue la perfección del diamante ya bien delimitado. En la metáfora del diamante encontraréis todas las imágenes asociadas al sujeto racional: el método analítico sugerido por las aristas tajantes, la claridad y la distinción sugeridas por la geometría bien delimitada. Y por encima de todo la imagen de la luz    la luz del diamante que es la luz de la razón   , y el carácter duro, sólido y prácticamente indestructible de este núcleo. El ideal geométrico y racional de Descartes viene perfectamente explicado por esta imagen del diamante. El yo, su núcleo, es este diamante. Y evidentemente es un núcleo perfectamente lleno, sin fisuras. Esta es la plenitud del sujeto racional de Descartes. 

El modelo de Hume es de hecho el opuesto al de Descartes. En este caso, el sujeto está constituido por el flujo de la mente. Lo que prevalece aquí es el aspecto empírico de este flujo, no una visión abstracta. No hay operación de depuración, sino la consideración de la mente como si estuviera formada por unidades últimas e indivisibles. Se ha hablado en este caso de un atomismo psíquico, porque la mente está formada por átomos psíquicos (percepciones, ideas, etc.). Pero Hume tampoco considera el vacío en esta constitución de la interioridad. Por definición, según Hume, en ella sólo caben estas unidades y no tendría ningún sentido considerar otra cosa. Ni siquiera tendría sentido considerar los intervalos entre las unidades mínimas (especie de vacío entre átomos), pues lo que no tiene un contenido preciso no pertenece a la mente. Así, por otra vía, llegamos también al sujeto lleno. El sujeto práctico de Hume es un sujeto lleno. 

En ambos casos, sujeto racional y sujeto práctico, el vacío queda excluido. Para comprender el alcance de esta conclusión podemos hacer un símil matemático. El sujeto de Descartes es el número 1, es la unidad. En cambio, el sujeto de Hume es la multiplicidad, es la serie. Pero en ningún caso es el número cero. De hecho, histórica y conceptualmente el cero es el vacío: es número, pero también ausencia de cantidad. Este número tan simple y tan paradójico, el cero, que es el vacío, fue una invención imposible para Occidente. Fue India quien tuvo que inventarlo, y nos llegó a Europa gracias a la mediación de los árabes. (Por cierto, una primera mención indirecta se produjo en la Marca Hispánica, en el monasterio de Ripoll en el siglo X.) 

Pues bien, o tenemos la unidad o tenemos la multiplicidad, pero no el cero. Es decir, el vacío queda excluido. Podemos decir que estas concepciones modernas del sujeto vienen a ser una interiorización del horror metafísico al vacío. Este horror interiorizado nos señala que la vieja tradición perdura, no en la ciencia pero sí como convicción y paradigma interno. 

Es lógico que, vistos estos antecedentes, cuando el vacío se manifiesta en esta escala psíquica o interna lo haga haciendo suyas todas las viejas connotaciones negativas. El vacío se convierte así en una metáfora o en un indicador del malestar interior, del malestar del alma. Es un sentimiento que ya expresó Pascal en sus Pensamientos, especialmente en aquel fragmento dónde dice que el tedio, el aburrimiento, es fuente de inquietud, se manifiesta como vacío interior. Y es que si el sujeto viene definido por su actividad (como diría Hume), la ausencia de actividad es percibida negativamente, es el vacío interior con todas sus connotaciones negativas. 

De manera similar, el vacío puede asociarse a la melancolía. Esta suele definirse como una tristeza sin objeto; no hay objeto o motivo concreto que la haya producido. De manera que cuando desaparecen las referencias a contenidos, el sentimiento resultante es una ausencia, un vacío vivido como malestar. 

Y cosa similar podemos decir del estupor y de la angustia. Si recordamos el modelo de Hume, el flujo de la mente está hecho de unidades indivisibles y bien delimitadas. No hay consideración de los intervalos entre estas unidades. Pues bien, el estupor y la angustia serían como la caída en estos intervalos, la paralización por imposibilidad de aferrarse a aquellas unidades. O también sería la caída en el abismo dónde no hay referencias a contenidos concretos, la vivencia de un desarraigo respecto al normal y pautado flujo de la mente. 

Todos estos motivos y otros similares (tedio, ennui, melancolía, spleen, estupor, angustia) son temas recurrentes en el pensamiento y las artes de la modernidad. Son metáforas vivas del vacío. 

Puede decirse que, una vez aceptado el vacío en la ciencia y en la naturaleza, el horror vacui retorna como un conjunto de metáforas del malestar anímico. Y es que en todo este proceso la aceptación científica del vacío ha sido como una excepción a la regla, y la regla es la vigencia del viejo paradigma de la plenitud. Por eso el concepto del vacío sólo es entendido asociándolo a sus connotaciones negativas. El horror vacui, pues, continúa estando vigente en este ámbito más interno, y al vacío se le han ido adhiriendo en negativo los atributos supuestos para el sujeto lleno. Contra la actividad, el tedio; contra los contenidos de referencia, el pesar por esta pérdida, como por ejemplo en el caso de la melancolía; contra la ilusión de una unidad y continuidad del yo, la caída en las fisuras de la personalidad; contra la dureza, la fisura, la caída en el abismo del estupor y de la angustia. 

Estas connotaciones negativas del vacío creo que muy presentes en las concepciones contemporáneas dejan ocultas otras posibilidades. La idea del vacío como potencialidad, como libertad, como fondo o contrafondo de todo lo posible, como el momento del silencio o de la interiorización que deja fluir los mecanismos de la creatividad; todo esto prácticamente ha sido olvidado. 

Y finalmente, también el vacío como ideal de la sutilidad, de la capacidad de ser receptivo y maleable, de la inocencia. Todo esto también está casi olvidado. 

Pienso que una comprensión de las paradojas que el vacío plantea a la ciencia de hoy es un buen ejemplo del espíritu de sutilidad que aquí reivindico. Hace falta ser poco rígidos y hace falta ser abiertos para comprender conceptos que nos acercan a la paradoja. 

También hace falta decir que la excepción a esta percepción negativa del vacío, o a esta ignorancia, nos la da la mística y la poesía. 

Supongo que mis colegas podrán ampliar justamente estos apuntes. 
 
 



 
 
 

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