La biblioteca de Borges
La búsqueda de la creatividad es
un lugar común, un tópico. Prácticamente todo el mundo
acepta que este objetivo es condición necesaria para la producción
artística y, por lo tanto, también para la literatura. Los
términos "creatividad", "originalidad", a pesar de la dificultad
en definirlos, son términos obligados en toda discusión sobre
arte o literatura.
En estas líneas pretendo aportar
un punto de vista crítico ante tal unanimidad, sobre todo al recordar
desde el punto de vista de la historia de las ideas el origen y los factores
que conducen a ella, y especialmente aportando una pequeña dosis
de perplejidad a partir precisamente de una narración literaria.
"Crear", en sentido estricto, es producir
de la nada, es extraer algo nuevo de algo que nada contiene. La pretensión
de la creatividad del escritor viene representada en el famoso motivo de
la hoja en blanco. Sobre esta hoja el escritor crea. Contra este tópico
me parece interesante fijar la atención sobre un conocido relato
de Borges. Me refiero a "La Biblioteca de Babel" (de 1941). Como ya sabrán,
este relato –que ha fascinado a muchos lectores– considera una biblioteca
que contuviera todos los libros posibles. Dado que cualquier libro, de
cualquier género, no es más que una combinación de
signos, sólo falta imaginar un sistema de producción automática
de todas las combinaciones posibles de estos signos para imaginar esta
biblioteca total.
Esta idea tan simple de Borges conduce
a muchas derivaciones, a muchas sugerencias, a muchas consideraciones.
El autor –Borges– expone magistralmente algunas; y otros lectores han sacado
sus propias reflexiones. Yo, aquí, me permito utilizar el artefacto
de Borges para conducir mi reflexión –que no es original y
que comparto con otros lectores fascinados por el relato–. La cuestión
es que la totalidad de los libros, perfectamente establecida a partir del
mencionado artefacto, produce inmediatamente la angustia, el sentimiento
de que todo está dicho y escrito. Ninguna originalidad sería
posible. Todo lo que puede imaginarse estará escrito en algún
rincón de algún libro de la biblioteca. Estas líneas,
por ejemplo, también ahí estarán; y la tesis que expongo
tendrá su adecuada réplica en algún otro escrito que
también se hallará en la biblioteca. Y todo lo que aquí
se diga tiene su transcripción exacta en algún fragmento
de la biblioteca.
La inquietud y la perplejidad que produce
esta biblioteca total no proviene evidentemente de su existencia empírica.
No es su existencia lo que nos inquieta; es saber que un simple algoritmo,
una fórmula de cálculo, regula la producción de todo
aquello que puede escribirse.
No hace falta entrar en los detalles matemáticos
de ese cálculo que es relativamente simple. Sólo basta saber
que se trata de combinaciones con repetición de 25 signos –por seguir
el número que cita Borges–: las letras del alfabeto, los signos
de puntuación, el espacio en blanco, etc. La cuestión es
que el número total de combinaciones es un número calculable,
aunque sea grande, es finito. Si en lugar de 25 signos consideramos 50
(por ejemplo incluyendo las mayúsculas), la situación es
la misma.
Son al menos dos las inquietudes que este
artefacto nos produce en relación a la cuestión de la creatividad:
* una se refiere a la infinitud. La creatividad
es una idea derivada de la idea de infinitud: se supone que la creación
se basa en la infinidad de posibilidades. Pues bien, la biblioteca total
es finita. La ilusión de la infinitud se ha desvanecido.
* la segunda se refiere a la indeterminación.
La creatividad es una idea derivada de la idea de la indeterminación:
las cosas, las ideas no estarían determinadas, el artista elige
en la indeterminación. Pues bien, la biblioteca es un sistema perfectamente
determinado. Otra ilusión que se desvanece.
Sin embargo, a pesar de estas perplejidades
sugeridas por el relato de Borges, está claro que la idea de la
creatividad tiene una difusión bien patente. He escogido el ejemplo
de este relato para que relativicemos el valor de tal aceptación.
Pudiera ser que la creatividad no sea más que una simple ilusión,
una ilusión útil que alimenta la vanidad del artista, pero
ilusión al fin y al cabo. O quizás, sí, la creatividad
sea una idea correcta. A favor de esta segunda opción más
optimista, me reservo para el final de estas líneas una pequeña
sorpresa, que aparecerá siguiendo también los hilos del mismo
relato de Borges.
La creación ex nihilo
Y ahora entremos en el campo de la historia
de las ideas, o, para precisar más, en el campo de la teología
y la filosofía. Como ya supondrán, el origen de la idea de
la creatividad se halla en la llamada "gran analogía", es decir
la analogía entre Dios y el ser humano, y más concretamente
entre Dios y el artista. La idea del Dios creador ha sido transferida a
la idea del artista creador. Hay, pues, una evidente influencia de las
fuentes judeo-cristianas, en particular del Génesis y de sus reelaboraciones
teológicas. La creación ex nihilo (de la nada), afirmada
en estas fuentes teológicas, es la base sobre la que se ha construido
la idea de la creatividad. Y conviene recordar que otras tradiciones religiosas,
en las que la concepción creacionista es más débil
o inexistente, la idea de la creatividad no es en absoluto una evidencia.
Además de la transferencia entre
el Dios creador y el artista creador, ha de mencionarse otro componente
de origen teológico: la idea de que el ser humano está hecho
a imagen de Dios. Esta idea refuerza la mencionada transferencia entre
un Dios creador y omnipotente y el artista concebido con parecidos poderes.
Junto a las fuentes religiosas judeo-cristianas,
debe uno remontarse también a la filosofía griega. Muchos
fueron los filósofos griegos que reflexionaron sobre el sentido
del arte y de la obra de arte, por ejemplo sobre los géneros literarios
y las condiciones de su producción. De modo que sobre la concepción
actual de la creatividad del escritor o del artista gravita sin duda la
distinción formulada –por ejemplo, por Platón– entre el artesano
y el genio. Una distinción que es paralela a la distinción
entre técnica o arte (tecnè) e inspiración
de carácter divino (en griego enthousiasmos). Es, pues, el
entusiasmo (literalmente, estar poseído por Dios, o participación
divina) lo que explica cómo la verdadera obra de arte supera la
simple obra artesana.
Este ideal de raíz platónica
ha contribuido también a generar la idea de la creatividad, por
oposición a la idea de lo artesano como simple manipulación
de materiales ya existentes o como portador de una mera técnica.
La elaboración de este ideal de la creatividad ha ido madurando
y haciéndose más complejo, aportando nuevas consideraciones.
El genio
Una muy importante es la que gira en torno
al tema del genio, tema especialmente relevante en contexto renacentista
y romántico. El tema del genio está relacionado con el de
la melancolía, un tipo de melancolía –la productiva–. Pero
esta relación entre genio y melancolía nos señala
una e las inquietudes básicas del creador: sabe que la condición
de genio, de creador, está sometida a la explotación de un
tipo de melancolía, pero teme caer en otra, la melancolía
que paraliza y ensimisma. El genio, pues, está en el filo de la
navaja, entre la creación y la impotencia melancólica. Los
ejemplos de esta vivencia ambivalente son muchos: el silencio y la locura
de un Hölderlin o de un Nietzsche son casos muy explícitos.
Otra consideración es la idea de
la obra de arte como objeto de un juicio libre, idea ya formulada por Demócrito
y retomada por Kant. Es decir, la verdadera obra de arte incorpora en sí
misma una indeterminación, una libertad de interpretación,
que se reflejan en la libertad de juicio del receptor. La obra de arte,
en cuanto novedad y creación, superaría incluso las intenciones
explícitas del autor construyendo todo un mundo de referencias y
sugerencias que están más allá de la primera intención.
Esta característica no se daría en la mera obra artesana.
Por eso, la obra artesana pertenece al ámbito natural –porque no
deja de ser una manipulación de materiales naturales–, mientras
la verdadera obra de arte, en cambio, se define por añadir algo
más que naturaleza.
La creación, pues, apuntaría
a un mundo que está más allá de la simple naturaleza.
Crear supondría abandonar el mundo de las referencias naturales
para adentrarse en un mundo indeterminado, un mundo no sometido a la leyes
naturales. En el campo de la escritura, esta búsqueda de la libertad
y la indeterminación vendría ilustrada por el tema de la
metáfora. Escribir es, sin duda, trabajar con unos materiales dados,
las palabras, que tienen sus referentes y unos significados explícitos.
Pero el escritor creador aspira a utilizar estos materiales, no para describir
una realidad, sino más bien para construir toda una cadena de sugerencias,
de imágenes poéticas, todo un mundo de resonancias metafóricas
–que no están en los significados o los referentes explícitos
de las palabras–.
Creatividad y libertad
Resumiendo: la idea básica contenida
en el concepto de "creatividad" es la idea de libertad. Hay libertad en
un sentido fuerte y en un sentido más débil. En el primer
caso, sería la libertad absoluta del creador, una libertad hecha
a
imagen del Dios creador; en el segundo caso, sería una libertad
más restringida, la libertad de quien selecciona unos materiales
entre las cosas ya existentes.
Al hablar hoy de "creatividad", a
menudo se confunden estas dos concepciones. Yo creo que la primera es una
concepción falsa, o en todo caso ilusoria, lo cual, visto rigurosamente,
nos debería llevar a rechazar el término "creatividad". Porque,
de hecho, siendo rigurosos, deberíamos aceptar aquella famosa sentencia:
ex
nihilo nihil fit (nada se crea de la nada). Sin embargo, si tomamos
la "creatividad" como una ilusión útil, o incluso como una
metáfora límite, entonces podemos aceptarla.
En todo caso, todas estas precisiones deberían
servir para recuperar en el artista y el escritor una cierta humildad,
la humildad sugerida por el relato de Borges. Quizás, más
que un creador, el escritor sea alguien que desvela creaciones ya dadas,
un portador del sentido oculto de las cosas.
Por lo mismo, esta humildad debería
conducir a la conclusión de que "creación", "originalidad",
"genio", no han de ser conceptos tan venerados. También a la conclusión
de que el artista y el escritor no son más que manipuladores de
unos materiales ya dados. Siguiendo la parábola de Borges, deberíamos
tomar conciencia de que su producción no es más que una ínfima
parcela de un todo ya creado con anterioridad.
Y al hilo de la misma línea de reflexión,
cabe formular algunas conclusiones provisionales. La primera es la reivindicación
del artesano, y con él de los términos "arte", "técnica",
"oficio": conviene restituir una dignidad a estos conceptos. La segunda
es la reivindicación de la retórica, concepto tantas
veces incomprendido y rodeado de connotaciones negativas. Sí, debe
saberse dominar la retórica, lo cual significa retornar al receptor
su plena dignidad. Preocuparse por las reglas de producción de efectos,
preocuparse por la disposición del receptor son obligaciones demasiado
olvidadas por el vanidoso "creador". La tercera conclusión es recordar
de nuevo que todo arte está sujeto a determinadas reglas, que la
libertad también se ejerce en el seno de esas reglas.
Quizás el programa que acabo de
formular parezca demasiado rígido. Es posible. Pero mi intención
consiste en contraponerlo a los tópicos de signo opuesto, los tópicos
de una libertad sin límites. Creo, además, que la libertad
buscada por el artista y el escritor son posibles, sin que obligatoriamente
se entienda la libertad y la creatividad como sinónimos de novedad
a cualquier precio.
Por ejemplo, debe recordarse que "originalidad"
deriva de "origen". La originalidad también es, pues, retorno al
origen. Y el retorno al origen obliga también a un cierto olvido
de todo lo que vino después. Porque, si entendemos originalidad
en el sentido de novedad, parece que quien busque la novedad deberá
retener en su cabeza todo el recorrido de las novedades anteriores. De
tal manera, el creador de novedades se hace esclavo de un verdadero alud;
en cierto modo está sometido a la tradición, aunque sea para
negarla. En este punto me parece oportuno recuperar aquella disposición
de la que habló Nicolás de Cusa, la docta ignorancia. La
docta ignorancia es desprenderse de los conocimientos adquiridos, es hacerse
nuevamente inocente.
El vacío, una docta ignorancia
Esta docta ignorancia, este retorno al
origen, aún podemos formularlo más radicalmente. He dicho
que no creía estrictamente en la creatividad porque no hay creación
de la nada. Pues, justamente, quizás la disposición del creador,
la pretensión de crear a partir de la nada, sólo será
posible o auténtica a partir de una aproximación a la nada.
Esta es una operación difícil porque habitualmente se parte
del supuesto que afirma que la creación es el despliegue de una
plenitud. Se supone que el creador está lleno, desbordante de contenidos,
contenidos que vierte en su producción: las metáforas de
la plenitud son paralelas a las metáforas de la creación.
Pues bien, en lugar de la plenitud, aquí reclamamos una disposición
cercana a la nada, al silencio, al vacío. En este punto, seguimos
las concepciones orientales del vacío –particularmente, la taoísta–,
donde se afirma que el vacío es la verdadera potencialidad, que
el vacío es le despliegue de la diversidad. La libertad buscada
en la creatividad no estaría en la rigidez de la plenitud, sino
en la sutilidad del vacío. El vacío es libertad. Y no debería
ser sinónimo de angustia, de la angustia del creador, de la famosa
página en blanco.
Pero esta angustia persigue al artista.
Al margen de otros factores, también nos la produce esta búsqueda
sin fin de la creatividad, de la novedad, de la originalidad. Es normal
que estas presiones produzcan angustia: uno está obligado a responder
ante tales retos. Por eso es lógico que nos planteemos de manera
problemática la cuestión de la creatividad.
Aquí he querido someter a una cierta
crítica este concepto. Y también he ilustrado esta crítica
apelando a una narración de Borges, narración que nos invitaba
a un ejercicio de humildad.
Las dimensiones del mundo
Ahora, para contrapesar la crítica,
desvelo la sorpresa anunciada al comienzo. Yo, gracias a mi afición
por las matemáticas, he hecho el cálculo de las dimensiones
de la biblioteca. No es un cálculo muy difícil. Hay que considerar
la combinación con repetición de 25 signos (o si se quiere,
50), e incluir algunas condiciones razonables: por ejemplo, que cada libro
tiene 410 páginas y cada página consta de 40 por 80 espacios
–son las cifras que indica Borges– ( o si se quiere, otros parámetros
similares). No hace falta entrar en los detalles de las operaciones: estos
datos nos permiten calcular el número total de libros. Sólo
falta transformar este número total en términos de espacio
ocupado. Se pueden incluir otros parámetros: por ejemplo que 1000
libros ocupan x metros cúbicos. Con eso llegamos finalmente a la
solución buscada, o sea las dimensiones o volumen de la biblioteca.
Y esta es la sorpresa. No sé si
saben que el universo, según la física reciente, tiene unas
dimensiones limitadas, aunque sean muy grandes. Del mismo modo que tiene
un límite temporal, situado en el big bang, también
tiene un límite espacial. Pues resulta que las dimensiones calculadas
de la biblioteca son inmensamente superiores a las dimensiones del universo.
En una palabra, el mundo de todo aquello
que es imaginable desborda totalmente el mundo real. Una conclusión
que puede añadirse al lado de la creatividad. Pero recordad también
que los libros creados serán, por toda la eternidad, una ínfima
parte de una totalidad preestablecida. |